Marià Martí Estadella


Article sobre Marià Martí Estadella pel Diccionario de Historia Eclesiástica de España, 2-02-2007

Dr. Francesc Tort Mitjans, 15-01-2007. Article pel "Diccionario de Historia Eclesiástica de España". En aquesta web apareixen altres articles del mateix autor pel DHEE)


Martí Estadella, Mariano. Obispo. Brafim (Alt Camp) provincia de Tarragona (España) 24-l2-1721. Caracas (Venezuela) 20-02-1992. Hijo de José Martí Puigdangolas, médico de Brafim, originario de La Llacuna (Alto Penedés) y de Gertrudis Estadella Puig, de Vilarrodona ( L`Alt Camp), de hacendados agrícolas; poblaciones, ambas, menores y no distantes. Martí es el último de siete hermanos: Manuel (1703) fue párroco de Vilabella. José(1707), estudió en Cervera y fue párroco de Aleixar y Maspujols, notario del concilio de 1757 y visitador del arzobispado de Tarragona. Gregorio (1718) médico y alcalde de Valls, casado, con descendencia, a quien Martí cedió (1765) su parte patrimonial.


Martí, hombre de reducida estatura y carácter emprendedor, fue doctor en ambos derechos, geógrafo, urbanista, sociólogo, naturalista ilustrado, psicólogo. Regalista y, cumpliendo reales cédulas y delegaciones del Consejo de Indias, “clericalista”. Su juventud se desarrolló en el ambiente post Guerra de Sucesión y aceptación del “statu quo” del decreto de “Nueva Planta”. Después en su ministerio episcopal será testimonio de los primeros movimientos hacia la independencia de América, cuyo Libertador, Simón Bolívar, recibiría en Caracas de sus manos la Confirmación en 1783.

Hombre precoz, a los diez años ingresó en el Estudio General de Tarragona. Por espacio de catorce años, de 1734 a 1748, cursó Filosofía, Leyes y Cánones en la Universidad real y pontificia de Cervera de influencia jesuítica y significación política. Universidad, aunque de alto nivel académico, de escasa salida a cargos de importancia. Mariano será, al parecer, el primer promovido al episcopado. En 1748 consigue, tras prácticas de repetidor y pasante, el grado de doctor en derecho canónico y civil. Iniciado en las ordenes sagradas el 1743, con el título canónico de comensal de la Catedral de Tarragona, a los 28 años, en 1749, es ordenado sacerdote por el arzobispo de Tarragona Pedro de Copons y Copons . A su muerte, en 1753, el administrador apostólico, López de Aguirre, obispo de Barcelona, le nombró, a sus 32 años, vicario general, confirmándole en el cargo el nuevo arzobispo Jaime de Cortada y Brú.


Habiendo sufrido el arzobispo Cortada un ataque de apoblegía, Mariano Martí llevó, prácticamente, la regencia del arzobispado de Tarragona, también en lo relativo al señorío episcopal de la ciudad de Tarragona. Tocando la convocatoria de Concilio Provincial, Cortada lo convocó para 1757, el último en celebrarse por incompatibilidades, entre otras, del episcopalismo y regalismo dominantes. Puede decirse, en verdad, que el concilio de 1757 es el de Mariano Martí ya que fue dirigido por él, no sólo con el cargo de primer abogado, sino tomando parte decisiva en todo, dando respuesta a la solicitud de la universidad de Cervera, también en las cuestiones delicadas en relación con la intervención del Patronato Real en él como la pretensión de la Colegiata de Ager de usar cruz pectoral, etc. Cortada, previsiblemente a propuesta de mismo Mariano Martí, encargó a él y a su hermano José, la recopilación de los cánones y constituciones de los concilios desde 1598 a 1757. Martí fue, también, administrador y diputado del Estudio Literario de Tarragona que antes de 1714 tenía el rango de universitario. Trabajó en la preparación del famoso futuro Plan Beneficial. Como Vicario General impulsó el apostolado seglar, reorganizando las cofradías parroquiales y poniendo al día sus estatutos.

El reinado de Carlos III marca un hito en la evolución política de España. En el contexto de su llegada se originan movimientos nuevos propiciados por las actitudes ilustradas y aperturistas de sus ministros; entre ellas, en relación a dar respuesta a reivindicaciones catalanas, cabe destacar, al respecto del nombramiento episcopal de Mariano Martí, los pronunciamientos de la universidad de Cervera y de las Cortes Generales en relación a que los licenciados de dicha universidad, que hasta entonces no tenían salida, de suerte que ninguno de sus alumnos hubiera ascendido al episcopado, fueran “consultados” en todo tipo de cargos judiciales, académicos y eclesiásticos. En este contexto, pocos años antes de que el Conde de Aranda, Manuel de Roda, y otros, abanderaran la política antijesuítica en el seno de España y aun de Europa, Mariano Martí, libre de prejuicios al respecto, siendo el obispo Diego de Rojas Gobernador del Consejo y el marqués de Campo-Villar ministro de gracia y justicia, ambos más o menos favorables a la Compañía de Jesús, entró en ternas episcopales. En efecto Carlos III, que le conoció personalmente cuando, en nombre del arzobispo , lo cumplimentó a su paso por Barcelona el 18 de octubre de 1957, lo presentó a Clemente XIII y el 26 de mayo de 1761 fue nombrado obispo de San Juan de Puerto Rico, diócesis que, con sus “anexos”: Islas de Margarita, Trinidad y parte oriental de Venezuela, incluida Guayana, desde Cumaná a los territorios bañados por los ríos Orinoco y Uriche, era de tal extensión que no se le conocían sus límites perdidos en las selvas del Amazonas. No era, entonces, Puerto Rico diócesis apetecida por los eclesiásticos de España por su clima, medio y extensión. Era de las más pobres de América, dicha de “Cajas Reales”. Su renta, 4000 pesos, provenía del fondo común de compensación. La elección de Martí, presentado en segundo lugar, vendría después de que el primero de la terna renunciara a la sede, como ya había sucedido en otras ocasiones.

Sólo a una personalidad como Mariano Martí, con su juventud, 40 años, su gran experiencia en acometer asuntos de importancia, su carácter fuerte e indomable, su espíritu ilustrado, viajero e investigador y la normal ambición de ver otro mundo, podía satisfacer el nombramiento para tal diócesis. Lo aceptó gustoso esperanzado en ser, posteriormente, promovido a otra diócesis de América o España, a cuyos efectos dejaría en la Corte sus representantes, abogado y valedor, primero Francisco Antonio Suárez Valdés y, después, José Ignacio de Mendoza que llevaría el asunto de su promoción a Caracas, siempre tutelados por el hermano del obispo, Gregorio.

Las bulas pontificias, datadas el 3 de junio de 1761, recibieron el pase regio el 27, excepto la bula “Pro Vasallos” del Papa, por considerarse ofensiva a las regalías.

Mariano Martí, sin pérdida de tiempo, preparó su traslado a América. Habiendo podido pedir dispensa a la bula de Pablo V, emitida a petición de Felipe III, que previene que los obispos electos de América hispana sean consagrados en ella, dispuso, como era habitual, consagrarse en Nuevo Mundo. Lo haría en el puerto de La Guaira y no en la cercana Catedral de Caracas por dificultades administrativas y protocolarias. Efectivamente tras despedirse de los suyos, a finales de agosto de 1761 emprende viaje a Madrid donde es recibido por Carlos III. Previa solicitud, el Consejo de la Cámara le concede a 6.000 pesos para bulas, libros, indumentaria pontifical, pasajes etc. Con el escaso séquito de tres eclesiásticos, entre ellos Pablo Ramón, que ya en su destino se convertiría en pesadilla constante de Martí al no lograr sus objetivos de provisor, vicario general etc., un paje i dos criados, Martí se embarca en Cádiz. Llegado a tierra firme venezolana el obispo de Caracas Antonio Diez Madroñedo le confiere la consagración episcopal en la iglesia parroquial de San Pedro de La Guaira el domingo 17 de enero de 1762.

El 20 de febrero de 1762, previo el juramento de acatar las regalías y Real Patronato, emitido ante el escribano del gobernador de San Juan de Puerto Rico Ambrosio de Benavides, preceptivo en virtud de la cédula real del “execuatur” a sus bulas, el nuevo prelado toma posesión canónica en la Catedral e inicia, de inmediato, su ministerio pastoral, que, “servandi servanda”, consistirá en aplicar sus experiencias de gobierno en Tarragona. Al margen de que era frecuente que los nuevos obispos trajeran consigo los altos cargos de la curia, Martí se dio cuenta de que debía conferirlos, como así hizo, al clero criollo autóctono, dejando fuera a Pablo Ramón al que sí nombraría canónigo.

Dado que la mayor parte de su diócesis se extendía geográficamente en sus “anexos”, concluida la visita pastoral de la ciudad de San Juan e isla de Puerto Rico, con población muy diseminada y alejada de los templos parroquiales a los que los feligreses no podían fácilmente acceder, durante cinco años, 1763-1768, sin regresar a la sede, realizó la visita pastoral por si mismo de todo el vasto territorio. Cumaná (1764-68), Nueva Barcelona (1765), Margarita y Trinidad (1766), Guayana-Orinoco (1766-67). Visitó todas las ciudades, villas, pueblos, doctrinas, misiones, casas religiosas etc. Se distinguió por su ilustrada pastoral sanitaria y educativa. Erige nueve parroquias; procuró, no sin dificultades, proveer de clero español a la isla de Trinidad ya casi emancipada de España y al territorio de La Guayana. En los edictos de visita abundan referencias a la obligada residencia de los párrocos, al uso de sotana, a tener en regla la licencia para predicar y administrar sacramentos, y, en relación a las religiosos, previene un mayor respeto a la autoridad del obispo. Como acto más destacado, a raíz de informes y “denuncios”, removió al vicario superintendente de Cumaná, que gozaba de facultades casi episcopales para todo el occidente de Venezuela dependiente de Puerto Rico. Por lo que se refiere a las misiones y órdenes religiosas, que las regentaban, alabó no sólo a los capuchinos, especialmente a los catalanes, sino también a los jesuitas sobre los que no se le conocen informes contrarios sino favorables. Organizó, junto con el gobernador de Cumaná, la asistencia a los muchos afectados por la epidemia de cólera tanto desde un punto de vista sanitario como humanitario. Si, en su ausencia, Puerto Rico sufrió el embate de dos huracanes, en el curso de la visita pastoral, estando en la isla Margarita, fue testigo del terremoto de 1766 que tuvo varias réplicas y afectó toda la zona sobre todo el Golfo de Cariaco, sus templos, casas etc. a los que Martí proveyó ayuda. En el curso, sobre todo de la visita de las misiones del Orinoco y a causa de su clima, Martí empezó (1766-68) a sentirse anémico y afectado por un herpes general. Su estado se agravó estando en la ciudad de la Asunción de Margarita donde fue visitado, en consulta, por los médicos doctores Isidoro Ibáñez y Estaban Morel, coincidiendo ambos que a causa del clima, humedad, comidas etc. estaba de tal modo enfermo que temieron una “hidropesía que le quite la vida”. En este contexto y habiendo Martí concluido la visita pastoral, más o menos según sus planes, decide regresar a San Juan en enero de 1768. A partir de este momento, Martí gestiona o un traslado a España para restablecerse, o pasar a otra diócesis de América de clima conveniente. Se encargan de ello su hermano Gregorio y su valedor en la Corte, José Ignacio de Mendoza, quien el 6 de julio de 1769, tras el fallecimiento del obispo de Caracas, y en el contexto favorable a que Martí le sucediera, se dirigió a S. M.

En el último periodo de su episcopado puertorriqueño, Martí, a más de tener que capear los temporales que le propicia la ambición y carácter de Pablo Ramón y faltarle el apoyo, en asuntos importantes, del gobernador interino de la isla José Tentor (1769), erige la Congregación de presbíteros de San Pedro, sienta las bases de la construcción del nuevo hospital de San Juan. Defiende, con varias providencias, a los esclavos negros prófugos de las islas dinamarquesas de Santa Cruz, Santo Tomás y San Juan, que recalaban en Puerto Rico, propiciando que el bautismo, que en aquellas no se les confería, les hiciera libres. Aunque en aspectos a los que Martí no podía hacer frente, cabe destacar que su episcopado coincide con las incursiones inglesas, la construcción de nuevas fortificaciones de defensa por doquier, el aumento del contingente militar, la explosión demográfica, cierta centralización o paso de compañías de esclavos por el puerto de San Juan de Puerto Rico, incremento del comercio y del contrabando y asentamiento de la influencia nor-europea en la zona. Martí emitió sobre todos estos delicados temas dictámenes y pareceres al Rey y al Consejo de Indias en los que se muestra informado de todo, estadista y previsor.

Interesado Martí en un ascenso, a partir de 1764, sobre todo entre 1766 y 1768, su nombre fue entrando en ternas : Dos veces para Santa Fe de Bogotá, una para Méjico, Santo Domingo, Cuba y Durango, algunas veces primero de lista. Al haber fallecido el obispo de Caracas, Diez Madroñedo, el 2 de febrero de 1769, sus valedores en la Corte no les fue difícil que su nombre encabezara la terna; ya en otras ocasiones el obispo de Puerto Rico había ascendido a Caracas. Propuesto por la Cámara a Carlos III el 24 de julio de 1769, éste lo presentó oficialmente el 18 de octubre a Clemente XIV quien el 29 de enero de 1770 lo nombró obispo de Santiago de León de Caracas-Coro, tomando posesión del obispado en agosto del mismo año.

A estas alturas del s. XVIII tanto entre el alto clero como en los mandos militares iba cundiendo la idea, premonitoria de la Independencia, de que los ya residentes en América, también los criollos, bien deberían poder ascender a cargos importantes sin enviar nuevas gentes de España. En este contexto, por la personalidad insobornable de Martí y su experiencia jurídica y canónica, más que por el hecho de ser catalán, fue mal recibido en Caracas sobre todo por personas como el último provisor, y su “partido”, Lorenzo José Fernández de León que, precisamente, se había trasladado a Caracas con el obispo Madroñedo, fallecido, y aspiraba declaradamente la mitra. En este contexto, las diferencias, luchas de prerrogativas y pleitos con el Cabildo serian de tal cariz que terminarían en la remoción de tres provisores, siendo, el último de ellos, el criollo Grabiel de Lindo desterrado a Puerto Rico. Así, por múltiples razones, si bien Mariano Martí fue, quizá, el obispo más importante e ilustrado del episcopado venezolano, su pontificado no fue nada fácil sino plagado de dificultades. Dada su concepción del ejercicio episcopal, genuino de “episcopus” o fiscal, o sentirse obligado a defender sus prerrogativas episcopales a todos los niveles tanto canónicos y litúrgicos como derivados de las delegaciones reales, no se paró por nada ni por nadie, conducta que, quizá, no siempre puede considerarse acertada.

Sus enormes cualidades se manifestaron de forma excepcional y única en su visita pastoral. Iniciada ésta, a los pocos meses de su llegada, el 8 de diciembre de 1771, por la catedral de Caracas, de los 21 años que duró su episcopado caraqueño, trece, de 1772 a 1784, los empleó a fondo en realizar la visita pastoral. Durante este periodo se vio obligado a volver a Caracas 6 veces, por graves razones, entre ellas los diversos pleitos promovidos por el antes dicho Fernández de León y por el Cabildo, con el parecer favorable del gobernador de Caracas José Carlos de Agüero.

Martí, en el curso de la visita pastoral, en día, hora y lugar, señalados de antemano, eran convocados sus habitantes a reunirse privadamente con el obispo pudiendo realizar “denuncios” relativos a cosas y personas del lugar: eclesiásticos, militares, hacendados etc. Martí, cuyo sistema ordinario de gobierno era pasar todos los asuntos por el tribunal eclesiástico para que se hiciera puntual justicia, a fin de poder averiguar por si mismo, o judicialmente, los dichos “denuncios”, desechando los baldíos, el mismo escribía de su puño y letra el libro llamado “personal” o secreto, que mantenía bajo llave.

Pese a tantas dificultades, el espíritu aventurero de Martí resultó confortado siguiendo paso a paso la visita pastoral de todos los lugares de su diócesis antes de que, al final de su pontificado, se desmembraran las provincias y vicariatos foráneos de Maracaibo y Guayana. En el largo recorrido se mostró urbanista y fundador de pueblos, erigiendo 52 nuevas parroquias, mandando siempre situar los cementerios exteriores a los templos y bien amurallados. Fueron varias sus providencias relativas al saneamiento de pueblos y lugares, como también dio ideas y sugerencias de cuales serian los mejores cultivos en cada lugar según su clima y emplazamientos. En las poblaciones de cierto número de habitantes sin escuela, proveyó su creación y de cómo financiarse buscando la colaboración de religiosos y clérigos. Con la valiosa ayuda de su canciller secretario, el criollo José Joaquín de Soto, notario de visita, a más del libro “personal”, reservado y autógrafo de Martí, los visitadores fueron componiendo diversos libros con la metodología decidida por Martí. En efecto el obispo, con la experiencia de Puerto Rico, disponiendo ahora de mayor número de colaboradores, previno que en los libros de visita se dejara constancia pormenorizada de la historia oral y escrita de cada ciudad, pueblo, lugar, misión y doctrina, con sendas matrículas de sus habitantes. En poblados de españoles, después de referir las clases: blancos, negros, mulatos, indios, esclavos negros y mulatos, se especifica, en cuadro sinóptico, el número de hombres solteros, hombres casados, mujeres solteras, mujeres casadas, párvulos, párvulas, con los totales. Los bautizados, los no bautizados, el cumplimiento pascual etc. Cuando en los edictos pastorales de visita Martí se refiere a indios siempre lo hace puntualizando “su natural” o manera de ser, apuntando defectos y virtudes, dejando constancia de a qué nación pertenecen, cual es su lengua que defiende siempre, acordando cómo debían alternarse o intercambiarse las lenguas nativas con la lengua castellana en misiones y doctrinas. A este respecto cabe destacar la atención general de Martí a los métodos específicos de enseñanza que se seguían en misiones y doctrinas marcando directrices encaminadas, también, a lograr una buena educación cívica

Capítulo aparte merecería la relación del trato cordial y amoroso que Martí promueve hacia los indios, siempre, especialmente al referirse a las complejas reducciones de indios por los misioneros. Sus sentimientos paternales se evidencian en los numerosos decretos de visita en misiones y doctrinas. Lamenta que falten hospitales en los pueblos de indios “que tanto los necesitan” y promueve su erección. En poblados de misiones y doctrinas ni que haya blancos, el padrón de población se inicia siempre por los indios. Defiende que los caciques de indios, organización anterior a nuevas formas de autoridad promovidas por el Consejo de Indias lentamente introducidas, sean de sangre pura india; cuando no son hereditarios les llama “capitanejos”. Si bien en los pueblos de indios estos aceptan de buen grado convivir con blancos pobres, se oponen, y Martí les apoya, como sucedió en Tinaco , que los blancos ricos de San Carlos ocuparan sus tierras o sábanas introduciendo ganado vacuno en ellas. Sobre el tributo de los indios, los hay, en las doctrinas, tributarios o medio tributarios. Los indios de misiones todos son libres de pagar tributo hasta pasar a las doctrinas. Existía como una casta de indios libres de tributo, ”indios libres de la Corona” como premio a haber sido reducidos con “voluntaria sumisión”, como Martí refiere al Rey. El pago de los indios tributarios consiste, salvo excepciones, en cuatro pesos anuales al Rey para los casados y dos pesos para los solteros mayores de 18 años, sumando a ello, tanto para unos como otros , seis reales de los que cuatro eran para el corregidor y dos para la caja de comunidad. Martí defiende que a los tributarios no se les debe obligar, como sucedía, a trabajar a beneficio de los curas y corregidores, admitiendo, sólo que pudiera hacerse libremente. Sobre las poblaciones formadas de indios fugitivos de lugares donde pagaban tributo para verse libre de él, como Bocono de Guanare, de 300 habitantes, Martí es partidario de que se procure que en todas partes se pague el tributo para evitar su fuga tal como representa a Carlos III desde Caracas el 27 de noviembre de 1781. Cuando junto a pueblos de indios tributarios, o doctrinas, y en la misma jurisdicción, habitan españoles, como en el pueblo de San Antonio de Padua de los Guayos, el padrón empieza primero por los indios: 604 indios, 385 blancos, 250 mulatos, 3 esclavos negros y mulatos, total 1.242. Cuando, como sucedía en la doctrina La Corteza en 1778, los indios libres de tributo se creían exentos de asistir a la doctrina, Martí les recuerda que “no son libres de asistir a doctrina como ellos piensan”. Esto es, tanto los tributarios como los no tributarios debían asistir a la doctrina. Siendo tan distintos y complejos el natural, costumbres y tradiciones de las distintas naciones indias tanto en grado de reducción, como en misiones y doctrinas, que muchas veces Martí se limita, en los libros de visita y edictos, a constatar, simplemente, hechos.

Los sentimientos paternales de Martí hacia los indios, son acordes con la legislación canónica y civil vigente, sobre todo del concilio de Santo Domingo de 1622 y de las distintas leyes de Indias. Previene y exige que se respeten siempre los derechos naturales y legales de los indios, que no se les embarguen sus bienes, que no se les castigue, ni aprese, lo que dice tanto a los corregidores como a los mismos misioneros y doctrineros. Previene, frecuentemente, que se sea condescendiente con sus defectos y vicios sobre todo en relación a los indios recientemente reducidos. Denuncia que en la doctrina de Cubiro (1776) los españoles venden aguardiente a los indios, a fin de que estos les entreguen los frutos cosechados, dando origen y motivo a bailes y borracheras. Refiriéndose a la misión viva de los Capuchinos de San Juan de Payara y ante la información del misionero de que sus indios gentiles estaban inclinados a supersticiones, brujería y cometían idolatría, Martí constata que el misionero “procura quitarles estos defectos y yo se lo he encargado que se los quite con prudencia y suavidad para que no se huyan al monte”. Otro tanto dice sobre los indios gentiles de la misión de Achaguas sobre la que constata que sólo ha podido confirmar a los niños, puesto que los mayores “raramente están bautizados”. Refiriéndose a sus defectos y virtudes, aclara “es menester disimularles al principio sus vicios y defectos y no exasperarlos, ni regañarlos, hasta que, según previenen las leyes de Indias, y lo dejado por decreto, estén instruidos en la doctrina cristiana y entonces se les deben quitar los vicios y defectos con prudencia y blandura”. Capítulo aparte merecería hablar del trato que los corregidores daban a los indios, por la serie de casos distintos que el obispo afronta en defensa de la justicia, caso por caso, y también a través de sus representación al Rey.

Al referirse a los esclavos negros se especifica su origen, mestizaje, las haciendas a que sirven, su estado social y religioso. Martí, partiendo de la doctrina de los sínodos y de las diversas leyes de Indias, recuerda a cada paso a los hacendados, la obligación de cuidar de ellos como a propios hijos, siempre, especialmente cuando estaban enfermos. No podían los amos concederles la libertad cuando ancianos, ni llevarlos a los hospitales reservados para los pobres de solemnidad y el esclavo no podía nunca considerarse como a tal ya que sus amos debían responder generosamente por ellos. Esclavos y libres participaban de la misma eucaristía y eran adoctrinados y se les administraba todos los sacramentos. De acuerdo con las leyes civiles y canónicas Martí defiende que los esclavos puedan contraer libremente matrimonio canónico con quien quisieran, libre o no, con la salvedad legal de que la mujer, si era esclava, quedaría bajo la autoridad del dueño del varón.

Los libros de visita no sólo hablan de fauna i la flora existente, sino que Martí hace expresas recomendaciones de cultivos mejores. Realizando la visita con un numeroso séquito de eclesiásticos y esclavos, no sólo hace que se reseñen caminos, ríos, fuentes, barrancos, sino que se deja constancia de los medios de transporte: a pie, a caballo, sobre silla, en curiara, embarcación etc. En todos los trayectos se puntualizan altitudes, precipicios, peligros, fauna y flora, casas y edificios detallando de qué materiales son construidos etc.

Martí, hijo, nieto y hermano de médicos, sobresalió en la visita canónica, y delegada, de los hospitales, fijándose primero en las dependencias e instalaciones hospitalarias, empleados, cuantos enfermos podían ser bien atendidos etc. Visitó de forma, también pormenorizada, la farmacia, cuales eran las medicinas que contenía, sus carencias, reformando, o dando nuevas constituciones a los centros hospitalarios y erigiéndolos, por delegación gubernamental, en las ciudades donde no los había.

Partiendo siempre de la doctrina eclesiástica establecida y en reales cédulas y las leyes de Indias, tal como en España otros obispos hacían en el campo de procesiones, romerías, exvotos etc., a Martí le pareció justo proveer edictos pastorales contrarios a los abusos del culto popular en las casas, sobre todo con motivo de velatorios, bautizos, bodas, denunciando supersticiones, idolatrías etc. Bajo el supuesto que ni los indios, ni muchos criollos, estaban preparados, fue estricto censurando ciertas obras de teatro, dando normas de donde, cuando y cómo podían o debían representarse y a qué horas.

Puestos a relatar algunos de los muchos hechos concretos de la visita pastoral podemos recordar que habiendo llegado a la ciudad de Maracaibo el 22 de febrero de 1774, contrajo, allí, por primera vez, las viruelas, o fiebres, (enfermedad que se irá repitiendo varias veces en el curso de la Visita, y de su vida) Iniciada, efectivamente la visita el 8 de mayo, Martí, actuando tanto en virtud de las facultades canónicas, como delegadas de la autoridad real, acometió, ni más ni menos, que a remover al vicario foráneo Pedro José Sánchez y a denunciar al Consejo de Indias la conducta del gobernador Francisco de Santa Cruz a raíz de lo que, después, fue removido. Actuaciones inquisitoriales resultantes de los “denuncios” tanto sobre el vicario, como el gobernador, aunque el motivo de las actuaciones, conocido sólo por la élite, nunca fue revelada por el obispo al tratarse de conductas y hechos reservados seguidos y terminados, a nivel de tribunal eclesiástico, por el provisor. Martí tuvo que sufrir diversas consecuencias de estas sus determinaciones. Fue denunciado al Consejo de Indias de abuso de poder aunque su actuación se fundamentara en las singulares facultades reales que tenían los obispos de América, casi policiales, y que Martí se creyó moralmente obligado a cumplir. Capítulo aparte merece la remoción del vicario foráneo, cosa que hiciera también en Cumaná. Entre las venganzas destaca el que habiéndose incorporado al curso de la visita, estando en Coro (1773), como familiares, dos sacerdotes jóvenes enviados por su hermano Gregorio, a petición suya y con el permiso del Consejo de Indias, José Boldú y José Bofarull, el gobernador de Caracas, Luis de Unzaga y Amezaga, amigo del de Maracaibo, les hizo regresar a España en 1775, so pretexto de faltar un supuesto sello o requisito en su pasaporte de entrada. Martí logró, tardíamente, que se les hiciera justicia y pudieran volver lo que solo uno realizó.


Por el tipo de diócesis que Martí regentó y por su experiencia tarraconense, no escribió pastorales largas y trabajadas, sino más bien edictos e instrucciones entre las que destaca la relativa a la Enseñanza de la Doctrina Cristiana, dejando, al morir, otra dispuesta para la imprenta que no vio la luz principalmente por el poco afecto que la clase dirigente le dispensó en vida, y después de su muerte, de suerte que ni su retrato episcopal quedó en la Catedral de Caracas. Las razones pueden hallarse, también, en los dos tomos del libro de visita “Personal” que, recogiendo informaciones secretas a raíz de los “denuncios”, si bien dejó escrito en su testamento, y lo urgió antes de su muerte, que fueran quemados, la orden no se cumplió. Al contener información muy sensible sobre eclesiásticos, militares y hacendados de nombre, ello incidió en que se echara un tupido velo sobre su episcopado pese a ser no sólo el más largo del siglo, 21 años, sino el de mayor trascendencia histórica. Los inventarios y providencias de su visita pastoral constituyen la mejor fuente del conocimiento global de Venezuela del s. XVIII, méritos reconocidos después desde principios del s. XX. Jaime Subirà afirmó que Martí no fue superado por prelado alguno y el geógrafo Pau Vila escribió que su visita pastoral es “una obra de valor único”. Sus largas representaciones, informes y pareceres dirigidos al Rey y al Consejo de Indias, al compás de acontecimientos varios tanto en Puerto Rico como en Caracas, constituyen auténticos estudios de jurisprudencia mostrándose estadista con voluntad de anticiparse a los futuros acontecimientos y ayudar, con su experiencia teórica y práctica, al Consejo de Indias en su regencia de las colonias americanas.

Con motivo de la declaración de guerra de España contra Inglaterra en julio de 1779, habiendo recibido del Consejo de la Cámara cincuenta ejemplares de la real cédula de Carlos III, si bien algunos esperaban que Martí escribiera una pastoral temática, cumplió, a su estilo, la orden del Consejo proveyendo edicto explicativo, leyéndose solemnemente, como era práctica habitual, la real cédula en los vicariatos y templos acordes con el tema. La independencia de las colonias americanas de España se estaba preparando años ha. Martí tuvo que hacer frente, por encargo y disposiciones del Consejo de Indias y de algunos gobernadores, a distintos motines sobre todo el Motín de Santa Fe en noviembre de 1781, cuya importancia le obligó a regresar a Caracas de la visita pastoral. Martí si bien emitió edictos a todos los vicarios foráneos y párrocos próximos a Colombia para que en modo alguno dieran soporte a los revoltosos, sin embargo no escribió, tampoco, una carta pastoral monográfica tal como le pedía el gobernador de Caracas Luis Unzaga y Amezaga quien, sin embargo, no dudó en informar al Consejo de Indias que las providencias de Martí eran “muy propias de su celó, por el mejor servicio de Dios y del Rey”

Martí empezó a sufrir diversas enfermedades en Margarita, Maracaibo, Barquisimeto que fue superando, a partir, también, de sus propios conocimientos médicos. A mediados de febrero de 1792 sufrió un ataque de apoblegía que aun le permitió dictar su testamento el 17, falleciendo el 20 del mismo febrero a los setenta y un años de edad y treinta de episcopado, dejándose constancia en su partida de defunción su origen catalán, tarraconense e hispano.


BIBLIOGRAFIA

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